Cuando nos convertimos en madres pensamos muchas cosas sobre el cuidado y educación de nuestros hijos, lo primero que se nos viene a la mente es el tipo de maternidad que queremos lograr, los errores que no queremos cometer y los primeros límites que en ese momento creemos son los mejores para ellos.
Sin embargo y a pesar de todo nuestro esfuerzo por mantenernos firmes en esas convicciones, las cosas muchas veces se salen de nuestras manos por diversas circunstancias como son las rutinas, el cansancio, el trabajo, un ambiente tenso en casa, pero sobre todo por no haber sanado algunas heridas de nuestra propia infancia y educación que sin duda marcan y salen a la hora que a nosotros nos toca educar y disciplinar.
Si bien es cierto que nadie nos enseña a ser madres, esto se aprende cuando ya lo somos entendiendo mejor a las nuestras, es importante conocer la historia de ellas para comprender porque fueron como fueron o porque siguen siendo así, muchas no fueron escuchadas y atendidas correctamente porque también sus madres no sanaron sus heridas, así se vuelve una cadena que se arrastra de generación en generación.
No todo son heridas, también son malos hábitos y patrones que vimos en casa, pero que al convertirnos en adultas, decidimos si seguir o no.
Algunos ejemplos son: tener poca tolerancia, no saber escuchar, gritar, alterarse fácilmente, no sentirse autosuficiente, decir palabras hirientes sin pensar, no equilibrar las emociones, ser poco cariñosa, ser indiferente, bajo autoestima, tener malos hábitos de sueño, alimenticios, financieros, ser sobreprotectora, autoritaria, etc.
Cuando uno identifica los aspectos a trabajar y los acepta, la transformación se vuelve más profunda, pues al ser ahora las que nos toca educar, es nuestra responsabilidad formar seres humanos que no carguen con esos aspectos que nos limitan y no nos permiten dar más.
Recordemos que el ejemplo arrastra, para pedir algo nosotras debemos mostrar y enseñar como se hace de acuerdo a los valores y creencias que cada quien tenga. Para lograrlo es importante estar siempre en el aquí y ahora, pues viviendo en el pasado no sanaremos lo que traemos y anhelando constantemente el futuro no nos dejará disfrutar y valorar el presente, por lo tanto no estaremos atentas a los cambios y oportunidades que tenemos diariamente para hacer algo diferente, que aporte a la educación de nuestros hijos.
Cuando esta responsabilidad se comparte con el padre, es necesario mantener una comunicación abierta, si es posible contarse como los educaron a ambos, ponerse de acuerdo y discutir los puntos importantes que en cada etapa se presenten, como van actuar, qué postura tendrán, los límites, etc. Pues como todas fuimos hijas sabemos como identificar la debilidad de los padres cuando no se ponen de acuerdo.
Con todo esto no tendremos hijos perfectos, ni nosotras lo seremos, pero dentro de la transformación que la maternidad trae de manera física y emocional es importante reflexionar a profundidad que otros aspectos podríamos cambiar por amor a ellos que nos ayudan a formarlos mejor.
Reconocer los errores, pedir perdón, ponerse a su altura, escucharlos, conocerlos bien, entenderlos, poner límites claros que los ayudarán a ser responsables y organizados, aceptar las consecuencia de sus actos son algunos ejemplos de nuestra labor, para lograrlo debemos trabajar en nosotras mismas todos los días.